Publicado en La Juguera Magazine el 22 de marzo, 2020
Texto y fotografía por Montserrat Madariaga Caro
Ilustraciones por @uglylittlerose
A ratos parece una película apocalíptica de Hollywood. Esa escena donde lxs protagonistas ven en la pantalla a alguien que con voz autorizada nos recomienda no caer en el pánico. Pero la palabra “pandemia” no hace más que recordarnos nuestra fragilidad humana. Las emociones reinan y reaccionamos de maneras diversas: negación, angustia, carpe diem, pragmatismo, adrenalina, melancolía. Nuestra posición en la escala de privilegios se ha vuelto más visible. ¿Quién puede teletrabajar y quiénes están obligades a seguir expuestes en la calle? ¿Quiénes están sistemáticamente al cuidado de otres? ¿Quiénes tienen salud privada, quiénes salud pública en Chile? ¿Quiénes se sienten libres de violencia en sus casas? Y no, no es lo mismo ser una persona trans en medio de la crisis que ser hetero y cis. O tener ciudadanía que ser “indocumentado”. El virus nos afecta a todes de formas muy desiguales y eso es político.
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Necrofilia colonial
¿Cuál es el origen de la ciencia por la que compiten actualmente los Estados y las corporaciones? La ciencia comienza con la observación del entorno natural, con el estudio de la vida. Llega un momento en que esa observación se convierte en una pregunta y una respuesta posible o hipótesis. Los remedios, tanto de la farmacéutica convencional como de las medicinas indígenas y de otras llamadas “alternativas” se crean a partir de vidas vegetales y microorganismos. Y en el caso de la medicina occidental, son probados en animales. En otras palabras, dependemos de vidas no-humanas para estar sanxs. Pero, el comercio global moderno, que comienza con la colonización en el siglo XVI, no ha hecho otra cosa que explotar y deteriorar aquello que nos sostiene, la vida en sus diferentes formas.
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